El 4 de noviembre de 2016, 196 países se reunieron en la Conferencia sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (COP21) para firmar el Acuerdo de París, un tratado internacional sobre el cambio climático jurídicamente vinculante. Aclamado como un hito monumental en la batalla de la humanidad contra el cambio climático, uno de los principales objetivos del acuerdo fue la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero en un 45% en 2030 (objetivo provisional) y la consecución de un nivel cero de emisiones netas en 2050.
Sin embargo, a pesar de la ingente cantidad de dinero que se ha invertido en la transición hacia un futuro con bajas emisiones de carbono (solo en 2023 se han gastado 1,8 billones de dólares), la consecución de los objetivos en 2030 exigirá una inversión anual global media de 5,4 billones de dólares entre 2024 y 2030. Es decir, prácticamente el triple que el nivel actual1.
Si los gobiernos mantienen su compromiso de alcanzar un nivel de cero emisiones netas, la importante inversión de capital necesaria para reducir el déficit de financiación de la transición energética podría revolucionar a las compañías y los inversores por igual.
En este artículo explicamos que la transición energética está presente en múltiples aspectos de la economía mundial y por qué es importante que los inversores no se detengan en los beneficiarios más obvios de esta tendencia, ya que esta enorme tendencia de cambio podría favorecer tanto a las compañías de la «nueva» como de la «vieja economía».